*Momento cojín:
dícese del movimiento que hace el espectador con el cojín para
taparse la cara ante la sobredosis de vergüenza ajena que le invade.
Parece un promocional del World Wrestling Entertainment pero no lo es.
No sabemos si es que lo dan a todas
horas o es que vemos la tele siempre el mismo día, pero cada vez que
hacemos zapping nos encontramos con Hay una cosa que te quiero
decir, el programa buscalágrimas que presenta el incansable
Jorge Javier Vázquez. El formato del programa es calcado al Tengo
una carta para ti de la olvidada Isabel Gemio, es decir, un
programa de reconciliación. En resumen, una eficiente máquina de
reparación de relaciones rotas, añejas y envenenadas para sonrojo
del espectador más crédulo.
Preparen las cocteleras: un plató con
los focos más brillantes que el pelito de Gorka Arrinda, el registro
de voz más almibarado del eterno premio Ondas narrando el melodrama
y el incauto protagonista de la encerrona que, entre lágrima y
lágrima, no acierta a adivinar que sus emociones cotizarán mañana
en el Ibex35. Agítenlo todo y se encontraran con el programón con
más momentos-cojín* por minuto de nuestra televisión.
El evento televisivo es largo,
larguísimo. Como nadie lo ha visto de principio a fin todavía no se
sabe si dura horas o días. Especulamos que el público es de cartón
piedra. No hay persona que aguante tanto tiempo, tanto momento-cojín
y tanta concentración de emociones saturadas. Ni Jesucristo
aguantaría ese calvario. Por ello -para rellenar tanto hueco y el
espectador mantenga la atención- últimamente les ha dado por
invitar a famosos de diferente palo: artistas crepusculares,
camaradas con un programa que promocionar, deportistas ociosos o
famosillos de alquiler. Porque las celebritis son guapas, tienen los
dientes blancos y siempre sonríen, el perfecto contrapunto al
protagonista ordinario que, bien por la situación dramática que le
ha llevado al programa, bien por su peor genética o bien por las 12
horas diarias que labura para subsistir, por lo general resulta feo y
desagradable; desde un punto de vista televisivo, ojo.
Pero detengámonos en este ciudadano
vulgar (de vulgo) sin el cual no sería posible el programa de
Jorge Javier Vázquez, porque en él se puede explicar muchas de las
circunstancias de la crisis y del país (o de la recesión y del
estado, si lo prefieren). Fíjense en su vestuario y en su peinado,
igualito al de la mayoría de las personas que se cruzan en su vida,
fíjense en su manera de interactuar con Jorge Javier, (o con Jesús
Vázquez o Emma García o Patricia Gaztañaga o Ana Rosa...) llana e
ingénua. Todo en él denota tal inocencia y credulidad que es
inevitable el imaginarse al encargado de la caja de ahorros de su
barrio colándole la idea de que pagar durante cincuenta años todo
el salario que gane por un piso de 68 metros cuadrados es la mejor
inversión que puede hacer en su existencia.
Hoy los bancos ya no dan crédito ¿se
han enfadado con nosotros? Eso jamás pasará con la tele, ayer, hoy
y siempre será nuestra guía protectora. Mientras exista un
talk-show, habrá esperanza.
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